En
el sur existe un tópico de explotaciones latifundistas trabajadas por
jornaleros, con propietarios tan conservadores y rentistas que hacían que la
intensidad de la explotación de suelo fuese baja.
Pero
en el arco mediterráneo peninsular el pasado morisco dejó otra agricultura, de
pequeños propietarios esforzados en aprovechar los recursos naturales de forma
soberbia aprovechando el clima cálido de las tierras bajas. Maestros en el
aprovechamiento del agua, almacenándola en albercas y regando las huertas por
acequias; pero también en el
aprovechamiento de la tierra en zonas montuosas poco favorables con la
construcción primorosa de bancales en las laderas aprovechando así el escaso
suelo y las pocas precipitaciones. Se del esfuerzo de estos agricultores, desde
mi infancia en la Axarquía malagueña.
Estos
dos modelos tienen en común el apego a la tierra, una herencia del sedentarismo
que trajo consigo el Neolítico, una revolución que cambió las sociedades
humanas creando clases con dominio sobre las tierras y vínculos de sumisión
sobre los trabajadores de la tierra.
Superadas
la antiguas formas, el agricultor actual siguió igualmente aferrado a su
tierra, hasta que la tardía industrialización les dio una oportunidad de
emigrar para escapar del futuro que tuvieron sus padres y abuelos.
Hasta
el abandono del campo de finales del pasado siglo el modelo se mantuvo durante
milenios conformando un paisaje, unos ecosistemas mediterráneos únicos. Por ello resultan alarmante los cambio
recientes, pues no tienen precedentes.
No se aprecia pero cada montón es la cantidad de tierra depositada por un camión. Al fondo, en el horizonte, puede verse el Cabo de Gata. |
Desmonte para cultivo en invernaderos. En el centro de la imagen, sobre la plataforma creada hay un camión. Observese que el talud pone en peligro el invernadero que hay abajo. |
Desmontes para cultivo en Adra. |
La estabilidad del talud para crear una plataforma en la Sierra de Gador pone en peligro a la vivienda. |
La
nueva agricultura cambia este modelo en todos los aspectos. Se trata de un
sector completamente nuevo, se rompe con el vínculo tradicional del
agricultor y su tierra, ya fuese pequeño propietario o grande. Ahora
aparecen nuevos propietarios que son empresas e inversores, algunos,
especuladores llegados de fuera del
sector en busca de una rentabilidad alta conseguida a veces solo por la
revalorización de las tierras. La capitalización llega por primera vez de otros
sectores, de otros lugares. Tanto la financiación como la mano de obra son
externas.
Cultivo de invernadero junto a la playa |
La
agricultura se convierte así en un modelo similar al de la industria o la
construcción, ligado a los vaivenes del mercado, ligado a la globalización de
la economía, especulativo y cortoplacista.
Por
tanto, igual que ocurre con la industria existe un riesgo evidente de
descapitalización futura pues esta depende de la rentabilidad coyuntural. En
este sentido existe el riesgo de la deslocalización. Todo depende de la
continuidad en la política europea que actualmente protege a la agricultura del
sur. ¿Podría ocurrir que se dejara de apoyar a la nueva agricultura?
Parece
que la agricultura está blindada, pero la realidad es que la PAC se creó como instrumento estratégico para
salvar a Europa de la dependencia
exterior de productos alimenticios básicos como los cereales, los lácteos o la
carne. Esta nueva agricultura puede ser
contemplada como un lujo para una Europa rica que puede pagar caprichos fuera
de temporada.
La
condición para que se diera este abandono sería la existencia de mercados
alternativos. A la cabeza de las posibilidades están países fronterizos con la Unión que nos producen gran inquietud por la
inestabilidad en que viven actualmente. Resulta muy evidente que la
estrategia geopolítica europea pasa por favorecer el rápido desarrollo de
los vecinos del norte de África, como Marruecos, que tendría un enorme
potencial en esta misma nueva agricultura que irónicamente en nuestro país usa
mano de obra africana.
Con
este planteamiento debería de promoverse que la mejor salida de esta nueva
agricultura, la sostenible, es la apuesta por el producto de calidad. En este
mundo del “low cost”. Calidad no puede significar ser competitivos por la
producción temprana, por el bajo precio. Calidad es todo lo que atañe al medio
ambiente y la salud, como los cultivos respetuosos con el medio ambiente y
naturales.
Desde
un punto de vista social, debe de planificarse para evitar el abandono de las
tierras por los campesinos; y no para atraer una industria con mano de obra
temporera. También es un deber de solidaridad permitir a los propios africanos
vivir de su trabajo en su propia tierra y no usarlos sin más como mano de obra
barata.
Pienso
que hay una posibilidad de salir todos beneficiados, respetando más el medio
ambiente y siendo sensibles y solidarios
con los agricultores y trabajadores del campo.
Apostemos
(que poco me gusta este término, pero resulta políticamente propio utilizarlo
aquí) por limitar la producción de cultivos forzados a terrenos que ya están en
producción y no seguir expandiendo el sector inflando más la burbuja. Haciendo
que la producción sea de la más alta calidad, con explotaciones familiares y
mano de obra del lugar bien pagada. Produzcamos respetando al máximo el medio
ambiente, la salud y los derechos de consumidores y trabajadores consiguiendo
rentas dignas para los agricultores.
Exijamos
como consumidores productos de calidad pagando el justo precio.
Dejemos
la industria del agroplástico super-intensiva de mano de obra foránea, del low cost para los países vecinos africanos como Marruecos, para que puedan tener
un desarrollo y no tengan que emigrar a una
Europa en donde encuentran cada día más dificultades y eso que miles de
ellos sin papeles pasan tan desapercibidos como los linces por los campos del sur.
El mar de plástico del Poniente Almeriense. |