¿Cómo definiría a los líderes políticos? Supongo que si son de los
suyos verán como, obviamente, lucen de
una:
1. Gran capacidad verbal y
encanto.
2.
Seguridad: Ausencia de nerviosismo o
manifestaciones psiconeuróticas.
3. Elevada autoestima.
Pero, en general, vemos
mayoritariamente los siguientes defectos, igualmente obvios:
4) Falsedad o falta de sinceridad.
5)
Carencia de culpa, falta de remordimiento y
vergüenza.
6)
Incapacidad
para aceptar responsabilidad sobre sus propios actos.
7) Comportamiento malicioso y manipulador.
8) Egocentrismo y
carencia de empatía.
9)
Conducta antisocial y estilo de vida
parasitario.
Todas estas “virtudes” y defectos definen ahora más que
nunca a nuestros políticos y resulta que siguiendo a los doctores Hervey Cleckley y Robert
Hare son características
clínicas de la personalidad de los psicópatas.
Así superficialmente podríamos decir que si bien algunos
personajes de nuestra política muestran estos rasgos, esto no los hace enfermos
o anormales (según los especialistas),
sin embargo algunos de estos rasgos pesan más que otros. Así, una conducta
antisocial es necesariamente excluyente dentro de la mayoría de colectivos
públicos, pero no en otros que claramente identificamos como muy
radicales; sin embargo el rasgo más
distintivo de todo animal político es la habilidad para captar las necesidades
del otro. Precisamente, esta capacidad de seducción es un rasgo fundamental del
psicópata e igualmente del político populista. “Este mecanismo se articula
cuando el psicópata convence al otro de que él le es infinitamente necesario
para suplir necesidades irracionales que éste no puede detallar” ( ver
wikipedia). Estamos de acuerdo que para que surta efecto, esta persuasión debe
de contar con el consentimiento de la otra parte, el afiliado y votante en este
caso.
España ante el espejo
Difícilmente cambiará su visión negativa de algo, si lo lleva ya de
serie. Más natural es cambiar de opinión cuando se ha llegado al
auto-convencimiento después de un análisis. Así, centrándonos en la realidad
española actual podemos ver como se transmite a diario que el mal llamado
“régimen del 78” muestra signos alarmante de deterioro y da la impresión de que los partidos políticos
españoles son clubs de psicópatas. Resulta imposible evitar en este país el
auto-fustigamiento, pero quiero resaltar
la nula singularidad del caso nacional, ya que esto es natural de toda democracia
en toda época y obedece especialmente a la actitud de la ciudadanía (muy condicionada, sea de
paso, por los medios de comunicación).
No obstante, el sistema electoral español responde a un modelo de
listas cerradas que favorece el ascenso de cierto tipo de cachorros de partido,
y coarta otro tipo de políticos más independientes. No me parece que esto sea
categóricamente malo, ya que, si bien puede criticarse al sistema de partidos o
partitocracia, no creo que pueda decirse que sea por ello una
“falsa democracia” al no responder directamente a la voluntad de los
ciudadanos. Yo preferiría listas abiertas. Pero con ciertas limitaciones, pues intuimos
que las masas pueden más fácilmente ser arrastradas por salva patrias de los
que luego sea tarde arrepentirse. Al final lo que mueve a la gente a la
política es básicamente poder, y precisamente el poder está repartido no solo
entre los partidos (piensen en los poderes económicos p.e), por lo que una vez
debilitados -los partidos- otros poderes
más prosaicos pueden ocupar su lugar ¿no creen? Los estados pueden
evitar estos riesgos, manteniendo instituciones democráticas consolidadas entre
las que debería haber partidos socialmente responsables, en los que su
liderazgo este supeditado a esta responsabilidad. Para ello, compatible con el interés legítimo
de alcanzar el poder, debe de haber un
respeto escrupuloso a una serie de valores democráticos, como la separación de
poderes (principalmente el respeto a la justicia) y a la libertad de expresión.
Pero, singularmente, no perder de vista que el fin último de la política es el
servicio a la comunidad (resulta molesto tener que recordar que, en España, la
comunidad a servir, somos todos los españoles), por lo que en su puesto de
representación el diputado o senador ha de responder singular y humildemente
ante sus votantes; pero el cargo público aún más, ha de servir fielmente a todos
los ciudadanos españoles aunque no los hubiesen votado. Según mi modesta opinión, hay una distinción
radical entre los límites de la política en términos de libertad de expresión y
la discrecionalidad de los cargos públicos. Desgraciadamente en este país
solemos confundirlas ya que los cargos públicos suelen comportarse más
como representantes políticos sin
atender a la necesaria separación de los poderes ejecutivos y legislativos,
tanto que las administraciones se ha copado de políticos cuando deberían ser
únicamente funcionarios de carrera. Así, el diputado nacional o autonómico como
representante de una determinada posición política ha de poder exponer
libremente sus convicciones ideologías más alocadas e igualmente tener la
libertad de levantar la voz (aún con exabruptos) incluso en contra de la Constitución, el derecho actual o cualquier
norma moral o ética (lo que no es óbice para estar sujeto a la ley en sus
actos, y mejor sin aforamientos). Pero
esta tolerancia no puede extenderse al ejercicio del cargo público, que ha de
cumplir con el requisito básico de su trabajo que no es otra cosa, como
cualquier funcionario, cumplir su cometido con fidelidad al bien común de todos
los ciudadanos. Siendo así que se ha de
colegir que no puede ser tolerada una conducta contraria a los principios de
buen gobierno por la propia clase política y que incluso debería poder ser perseguida por la justicia como delito.
Sin embargo estamos hartos de ver como se interpreta muy al contrario.
Simplemente, la actitud tendenciosa tan habitual en las declaraciones debería
de no tolerarse en los cargos públicos.
Parasicópatas en la patocracia y el caso de la Alemania nazi
Un sistema afectado por este problema
llevará también a que individuos completamente normales, en particular
funcionarios promovidos a dedo, acaben ejerciendo en sus cargos parecidos
síntomas como simpatía a sus jefes políticos. Llegados al extremo, toda la
sociedad puede estar afectada por esta forma patológica de gobierno que llaman
patocracia.
En este sentido quiero recordar lo siguiente. Cuando el Gobierno
Estadounidense tras la ocupación de
Alemania, realizó un proceso de desnazificación, incluyó la realización de
encuestas a la población alemana que mostraron como, incluso varios años
después de la Guerra, aunque reconocían los peores crímenes nazis, mostraban unos valores muy altos de
aceptación, incluido el holocausto judío. Esta sería una de las causas por la
que, los americanos, en principio menos
dispuestos a olvidar que ingleses y franceses, acabaron por eximir de la
mayoría de los delitos menores (especialmente los que inculpaban a jóvenes
alemanes) al considerar que su exposición al régimen nazi les había llevado a
un lavado de cerebro.
¿Qué hacer ante el riesgo de tener psicópatas gobernándonos?
Mucho más de lo pensamos, nuestra acción ha de ser diaria en nuestro círculo
social, aún más dentro de la Administración
o entornos políticos si somos afiliados. No podemos quedarnos como rebaño
callado que habla solo cada 4 años con
su voto, esta conducta, que es la quieren que tengamos los que detentar el
poder, pues detestan la crítica, no es
verdaderamente demócrata. Las mejoras solo llegan cuando se asumen las faltas.
Es la más alta de las
responsabilidades cívicas del ciudadano desenmascarar a los cargos y
funcionarios cuando no se presten al servicio público.
Por otro lado debemos ser coherentes con nuestro voto, es
contradictorio que votemos a los políticos respondiendo básicamente a la
irracionalidad, a la pasión y sentimentalidad; y luego esperemos que al
gobernar lo hagan con criterios objetivos respondiendo a un equilibrio
racional, ecuanimidad, objetividad e imparcialidad.
Es pueril que votemos a un político por su atractivo aspecto y agilidad
verbal y luego esperemos que sean unos aplicados buenos administradores.
Finalmente les pido que lo piensen. Si no queremos un mal gobierno,
debemos exigir a la vez, tolerancia sin límites
a las opiniones políticas y exigencia máxima a los cargos públicos.
Analicen como es la realidad actual.
û ¿No hay ningún tipo de censura política en toda
España?
û ¿Los cargos públicos actúan con objetividad a los intereses generales (art. CE.
103,1)?
Ya saben la respuesta y que pasará si no cambia la
tendencia.